Ya sabes… después de las vacaciones hay mucho material para escribir y comentar con los amigos. Paseos por la playa, donde la orilla del mar se convierte en una gran avenida, en la que puedes oír conversaciones de todo tipo. Lo más gratificante es que te encuentras con conocidos, de los que apenas recuerdas el nombre, con los que entablas animadas conversaciones. Te voy a contar una de ellas, de una persona que vive y trabaja en una ciudad de Galicia, que me impresionó especialmente.

Se trata de un hombre joven, en torno a los cuarenta, casado y con dos hijos. Directivo de una mediana, aunque importante, empresa gallega de ingeniería dedicada al diseño de proyectos para el ahorro de costes en los procesos productivos. Entre sus clientes están varias empresas del Ibex35. Han tenido la oportunidad de patentar algunos de sus desarrollos.

Hasta aquí la presentación de este conocido, al que tuve como alumno en la Escuela de Negocios de la antigua Caixanova… Ahora viene la historia…

Me cuenta que, con el transcurso del tiempo, se ha convertido en un trabajador empedernido y que prácticamente en su cabeza sólo hay reuniones, proyectos, clientes… En plena conversación, con un tono de preocupación, me confiesa que ha llegado un momento en el que se encuentra más contento en la oficina que en su casa. Se lleva bien con su jefe, disfruta con lo que hace, se lo tienen en cuenta y además ha ido promocionando con el transcurso de los años. En su casa tiene algunos problemillas, que sin ser aún graves, le están alterando algo su carácter.

Sus hijos, de doce y diez años, le ven poco. Se han acostumbrado a vivir con un padre con el que coinciden en contadas ocasiones, con el añadido de que siempre está cansado… En definitiva, es difícil hablar con él.

Papá ¿Y tú que haces en la oficina?

Al llegar a casa… sigo viendo la oficina…

Una noche, al regresar a casa, su hijo de doce años le estaba esperando para intentar hablar con él. Quería conversar con su padre. Se sentaron en el salón, los dos sólos, y el chico empezó a lanzar una serie de preguntas a su padre, una de las cuales le hizo mucha “pupa”… Papá ¿en qué consiste tu trabajo? ¿Qué haces cada día en la oficina? ¿Por qué no llegas a casa antes, para estar con mamá y con nosotros? Yo, apuntó el chico, cuando vengo del colegio, y después de merendar, me pongo a hacer mis tareas y siempre termino a tiempo, y eso me da lugar a poder leer, o chatear con mis amigos, o ver la televisión… Mamá, que también trabaja fuera de casa, sí nos dedica tiempo, se preocupa de nosotros y nos ayuda a hacer los deberes. Además nunca falta a las reuniones del Colegio ni a las citas de los profesores.

Según me contaba su situación, yo notaba que se emocionaba. Seguramente, pensé yo, porque había encontrado a alguien que le escuchaba. Casi le hice las mismas preguntas que su hijo. ¿Por qué no llegas antes a casa? Me dio la sensación, por lo que me contaba, que su única preocupación era la promoción profesional, que le adularan, que le valoraran…

Fue un paseo por la playa increíblemente provechoso. Me comentó, que sentía que en el trabajo era todo fachada. Que solo quería aparentar. Su única preocupación era llegar, y llegar a lo más alto posible y eso le hacía ser un extraño en su casa. Mira, me dijo, la gente se cree que soy mejor de lo que realmente soy, y esto me atormenta porque pienso que algún día llegaran a conocerme de verdad y ese día será trágico para mí.

Por lo que deduje, tenía un buen equipo de ingenieros jóvenes que le sacaban muy bien las castañas del fuego. Delegaba mucho, aunque realmente lo que hacía era quitarse problemas de las manos para pasárselos a sus colaboradores ya que éstos siempre, o casi siempre, se los resolvían.

La pregunta que le hizo su hijo, ¿qué haces cada día en la oficina?, fue para él una bomba. ¿Qué hago? Me pierdo en los papeles, en las tareas pendientes, en lo que me gustaría hacer y no hago, en reuniones inútiles… El tiempo se me pasa a velocidad de vértigo y cada día cuando vuelvo a casa para cenar me siento frustrado porque no acabo de ver resultados evidentes de mi trabajo. Me pierdo en vaguedades, en minucias, no entro a lo que realmente es importante. Pero ¿es que de verdad soy tan inútil? Pero si los demás me valoran, me estiman ¿por qué mi autoestima está por los suelos? No encontraba respuesta a sus interrogantes…

Le sugerí, con mucho atrevimiento por mi parte, que cogiera un lápiz y un papel y visualizara por escrito una jornada suya. Más aún, que abriera su agenda y analizará que había hecho cada uno de los cinco días de la última semana laboral. Que tachara todo aquello que no hubiera generado algún valor para su trabajo y su empresa. Una vez hecho el ejercicio debería preguntarse el porqué de los resultados; que había pasado; si se sentía contento con ellos y qué iba a hacer la próxima semana para tratar de ser más eficaz y eficiente.

Desconozco qué sucedió luego… Espero verle el próximo verano y seguramente, con la misma confianza con la que se desahogó conmigo este año, lo hará el que viene.

Los paseos por la playa dan demasiado de sí. Esta conversación me sirvió mucho y me hizo tomar conciencia de algunas cosas. Los encuentros no son casuales…

Jaime Pereira

El Blog de Jaime Pereira – http://jaimepereira.es/